dimecres, 8 d’agost del 2007

Nunca me gustaron los adosados.

Mi vecina del adosado, ya entrada en años y en carnes, tenía esa extravagancia del estar segura de todo ... Apareció una mañana con un mechón caoba y con el ceño instaurado de cabreada con la vida. Que feo era el paisaje. Tenía un perro que ladraba demasiado y una eterna letanía ...no, no (nombre del perro), no!, subía el volumen..., el perro continuaba ladrando, si cabe, más. No sé si fue el agobiante perfume del jazmín -cincuenta metros cuadrados concentran excesivamente-del jardín mezclándose con el despilfarro de moscas de final de verano, empalagosas y recreadas en las migas de la cena de la noche anterior. Ya digo, no sé si las moscas aturdidas y obsesivas, si la vecina con el perro y su letanía, si la concentración abusiva del jazmín..., o definitivamente el aburrimiento del escenario. Me fui, mi primer paseo por mi infancia, no dije mucha cosa, un par de mudas y ligera de equipaje.